Si no llegas a fin de mes
no es por el dinero.
Es porque te entretienes.
No hace mucho te vi
recostada durante cuarenta y ocho horas
en el regazo del cinco de Agosto.
Al día siguiente para ti era seis,
para mí siete.
No hay que enamorarse de los días, mujer.
Hay que dejarlos pasar
y enamorarse de los ratos
que uno pasa a tu lado.
viernes, 23 de abril de 2010
sábado, 17 de abril de 2010
NOCHE DE HOTEL
Empecé a besarte,
tú me seguías el juego.
Poco a poco, llenos de amor
-o eso es lo que yo creía-,
empezamos a tocarnos
como si un cura y una monja
perdiesen ¡por fin!
la virginidad a los sesenta años.
Luego llegaron los mares.
Tu cuerpo recobró ese sabor a cueva
que sólo tus amantes conocemos
y almacenamos en nuestro recuerdo.
Las paredes se hacían estrechas.
Aun quedaba humo de marihuana
en el lavabo y yo, ansioso
por entrar en ti, era un niño
jugando a la pelota con su padre.
Ávida de excesos, me desnudaste,
“ponte un condón”.
Y yo los había olvidado en el coche.
Salí del hotel.
La calle olía a sobaco.
Hombres y mujeres caminaban solos.
Mi impaciencia me impedía llegar al coche
y entré en una farmacia.
La farmacéutica notó algo en mi mirada,
pero no recordaba qué podía ser.
Hacía tanto que su marido no la besaba.
Salí de allí
y el pasar de los coches aturdió mi regreso.
Entré y volví a besarte.
Pero ya nunca sería igual.
Cuando me puse el condón
todo había regresado a la realidad.
Volvimos a ser torpes
y en un intento por recobrar la agilidad
nos caímos de la cama
y tú reíste, reíste, reíste.
Al cabo de unos minutos
reanudamos la tarea
y el acto llegó a su fin.
Tras un par de porros,
me llevaste a cenar
a una pizzería. La misma donde me dejarías
al cabo de seis noches de hotel,
un mes de relación
y la farmacéutica sonríe
porque en la tierra ya no quedan amantes
que le recuerden lo mísera que es su existencia.
tú me seguías el juego.
Poco a poco, llenos de amor
-o eso es lo que yo creía-,
empezamos a tocarnos
como si un cura y una monja
perdiesen ¡por fin!
la virginidad a los sesenta años.
Luego llegaron los mares.
Tu cuerpo recobró ese sabor a cueva
que sólo tus amantes conocemos
y almacenamos en nuestro recuerdo.
Las paredes se hacían estrechas.
Aun quedaba humo de marihuana
en el lavabo y yo, ansioso
por entrar en ti, era un niño
jugando a la pelota con su padre.
Ávida de excesos, me desnudaste,
“ponte un condón”.
Y yo los había olvidado en el coche.
Salí del hotel.
La calle olía a sobaco.
Hombres y mujeres caminaban solos.
Mi impaciencia me impedía llegar al coche
y entré en una farmacia.
La farmacéutica notó algo en mi mirada,
pero no recordaba qué podía ser.
Hacía tanto que su marido no la besaba.
Salí de allí
y el pasar de los coches aturdió mi regreso.
Entré y volví a besarte.
Pero ya nunca sería igual.
Cuando me puse el condón
todo había regresado a la realidad.
Volvimos a ser torpes
y en un intento por recobrar la agilidad
nos caímos de la cama
y tú reíste, reíste, reíste.
Al cabo de unos minutos
reanudamos la tarea
y el acto llegó a su fin.
Tras un par de porros,
me llevaste a cenar
a una pizzería. La misma donde me dejarías
al cabo de seis noches de hotel,
un mes de relación
y la farmacéutica sonríe
porque en la tierra ya no quedan amantes
que le recuerden lo mísera que es su existencia.
lunes, 12 de abril de 2010
PSICÓLOGA
Me dices que quieres ir al psicólogo
para que te dé herramientas.
¿Qué necesitas?
¿Una llave inglesa?
Lo que tienes que hacer es darte cuenta
de que los locos somos nosotros
y que tú eres la cuerda.
Psicóloga
de este mundo de locos
que no te entiende
cuando dices que te quieres suicidar.
para que te dé herramientas.
¿Qué necesitas?
¿Una llave inglesa?
Lo que tienes que hacer es darte cuenta
de que los locos somos nosotros
y que tú eres la cuerda.
Psicóloga
de este mundo de locos
que no te entiende
cuando dices que te quieres suicidar.
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