sábado, 17 de abril de 2010

NOCHE DE HOTEL

Empecé a besarte,
tú me seguías el juego.
Poco a poco, llenos de amor
-o eso es lo que yo creía-,
empezamos a tocarnos
como si un cura y una monja
perdiesen ¡por fin!
la virginidad a los sesenta años.

Luego llegaron los mares.
Tu cuerpo recobró ese sabor a cueva
que sólo tus amantes conocemos
y almacenamos en nuestro recuerdo.
Las paredes se hacían estrechas.
Aun quedaba humo de marihuana
en el lavabo y yo, ansioso
por entrar en ti, era un niño
jugando a la pelota con su padre.

Ávida de excesos, me desnudaste,
“ponte un condón”.
Y yo los había olvidado en el coche.
Salí del hotel.
La calle olía a sobaco.
Hombres y mujeres caminaban solos.
Mi impaciencia me impedía llegar al coche
y entré en una farmacia.
La farmacéutica notó algo en mi mirada,
pero no recordaba qué podía ser.
Hacía tanto que su marido no la besaba.
Salí de allí
y el pasar de los coches aturdió mi regreso.

Entré y volví a besarte.
Pero ya nunca sería igual.
Cuando me puse el condón
todo había regresado a la realidad.
Volvimos a ser torpes
y en un intento por recobrar la agilidad
nos caímos de la cama
y tú reíste, reíste, reíste.
Al cabo de unos minutos
reanudamos la tarea
y el acto llegó a su fin.

Tras un par de porros,
me llevaste a cenar
a una pizzería. La misma donde me dejarías
al cabo de seis noches de hotel,
un mes de relación
y la farmacéutica sonríe
porque en la tierra ya no quedan amantes
que le recuerden lo mísera que es su existencia.

1 comentario:

  1. Cuando terminé de leerte, no pude evitar una sonrisa, imaginé cada palabra.

    Me gusta pasar por aquí :)

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